La muerte ignorada, el último tabú. (segunda y ultima parte).
La cultura actual acude más
a mecanismos de defensas que niegan la inevitabilidad de la muerte. Por eso,
quizás ésta es más aterradora que antes, porque la civilización actual trata de
ocultarla.
La muerte, señalaba Juan Luis Ruíz de la Peña está
siendo objeto de represión, de maquillaje, de enmascaramiento, de silencio, de
sublimación, de glorificación, pero en cualquier caso está ahí omnipresente y
humana.
El olvido mediante la
represión no es liberador. Parece que nos aleja de lo que nos hace sufrir, pero
no lo consiguiente del todo, porque el recuerdo permanece enterrado en nosotros
y sigue influyendo en cada instante de nuestra vida.
El esfuerzo de negar la
muerte la muerte, su dramatismo, su misterio, se enfrenta ante una realidad que
sigue estando presente en forma de temor difuso con una carga de angustia que
no logra desaparecer a pesar del maquillaje.
La minimización de la muerte
es el índice revelador de la minimización del individuo mortal. Una ideología
que trivialice al individuo trivializara la muerte.
Hoy el ideal es la muerte de
aquel que tiene apariencia de que no va a morir. Hay un fondo en la naturaleza
humana en el que aparecen la fragilidad, el dolor y el sufrimiento. Realidades
que la sociedad del bienestar trata de ocultar, rechazar o soslayar.
Nuestra cultura ha
contribuido a deshumanizar el morir. En algunos casos, la dificultad de morir
se convierte en un especie de maldición.
La empresa médica puede
entonces interponerse entre el individuo y su muerte, haciendo casi desearla
como una conquista que arrancar a la fuerza; a veces, el empeño médico de
prolongar la vida, lejos de ser beneficio, se revela de pronto como maléfico. El
“derecho a la muerte” se ha convertido, en este sentido, en una reivindicación de gran actualidad.
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