lunes, 10 de febrero de 2014

El cuidador y el enfermo en el final de la vida


RESUMEN
El presente trabajo pretende abordar el paciente al final de la vida y la familia y/o persona  significativa como pilar de su cuidado. Las intervenciones junto a estos cuidadores son esenciales  para que el sufrimiento sea minimizado, siendo necesario identificar sus necesidades básicas y la  implementación de un plan de intervención ajustado a cada situación en particular.

INTRODUCCIÓN
El acompañamiento al enfermo en el final de la vida fue tradicionalmente dirigido hacia la  muerte, era más importante ocuparse del alma que de los cuidados del cuerpo. Esta  concepción de cuidar del “moribundo” fue dando lugar al cuidar “de la persona en el final de  la vida”, esto es, acompañar en vida, dar importancia a todo lo que altere o perturbe la  calidad de vida que le resta.
El cuidado al enfermo en el final de la vida tiene como cuestión primordial determinar cuál es  el tratamiento adecuado en función de sus perspectivas biológicas y de sus circunstancias personales y sociales. Los cuidados paliativos son los indicados y tienen como meta  proporcionar al enfermo, familia y/o persona significativa condiciones para que alcancen una  buena calidad de vida. Además de promover el ajuste del enfermo, familia y/o persona  significativa a una nueva realidad, enfrentando de la mejor forma posible la condición de  enfermedad terminal, cuyos caminos pasan por el buen control del dolor y de otros síntomas,  buena comunicación, apoyo psicosocial y trabajo en equipo.


La calidad de vida esencialmente existe cuando las aspiraciones de un individuo son alcanzadas y llenadas por su situación actual, siendo necesario disminuir la separación entre las aspiraciones y aquello que es posible alcanzar. En este contexto los cuidados paliativos  se dirigen al enfermo y no a la enfermedad, aceptando la muerte y mejorando la calidad de  vida, constituyéndose una alianza entre el enfermo y los prestadores de cuidados,  preocupándose más con la “reconciliación” que con la cura.
 Compite al que cuida aclarar lo  que todavía da sentido en los cuidados y en la relación en el final de la vida, a pesar de las  pérdidas, de las alteraciones físicas y psíquicas, de los fracasos terapéuticos y de su  impotencia para aliviar completamente el sufrimiento.

EL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA


La enfermedad terminal se considera la fase final de numerosas enfermedades crónicas  progresivas, cuando han sido agotados todos los tratamientos posibles y se alcanza la  irreversibilidad.  En el precurso de la enfermedad el diagnóstico es importante; todavía, se  asume como un proceso complejo, que requiere alguna habilidad pues el enfermo en el final  de la vida presenta síntomas múltiples y cambiantes. Se revelan como más frecuentes, en  esta fase, la dificultad respiratoria (71%), el dolor moderado a severo (50%), la incontinencia  urinaria y fecal (36%), la fatiga (18%) y cerca del 50% de estos enfermos pasan más tiempo  encamados.
 Además de la presencia de náuseas y vómitos, estreñimiento, confusión  mental, inquietud y anorexia, se evidencia también la pérdida de la fuerza muscular, del  apetito y a veces la pérdida de la conciencia, manifestándose también la pérdida o  disminución de la capacidad para ingerir líquidos y tomar la medicación por vía oral.
Los últimos días de vida representan la fase de agonía. Se considera, temporalmente, las  últimas horas de los últimos 3 o 5 días, caso de que sean evidentes las señales o síntomas  del proceso de muerte, 11 destacando como más frecuentes, en las últimas 48 horas de vida,  el delirio (51,7%), la hemorragia (20,7%), la disnea (17,2%), el dolor/disnea y la agitación/disnea con igual porcentaje de 3,4%.  Al mal y al sufrimiento físico sobreviene el  drama psicológico y espiritual, del despojo que significa el morir.
Lo que nos trae algunas cuestiones. ¿Cómo proporcionar los cuidados que merece? ¿Cómo  informar acerca de la gravedad de su situación? ¿Qué conductas terapéuticas son más  adecuadas? ¿Cuál es el mejor lugar para sus últimos días?
Las respuestas requieren una planificación cuidadosa de los cuidados a prestar a este  enfermo, tomando en consideración aspectos como: control del dolor y otros síntomas,  delineando y materializando intervenciones terapéuticas (farmacológicas y no farmacológicas) adecuadas a la maximización de los niveles de confort del enfermo,  valorizando también la ansiedad y la depresión, el temor y el insomnio. Considerar el apoyo  de un equipo multidisciplinar, de modo que fomente y favorezca la comunicación clara en el precurso de la enfermedad, con el enfermo y sus familiares y/o la persona significativa; reconociendo y tratando el estrés del cuidador mitigando las diversas manifestaciones  derivadas del proceso de morir.

EL CUIDADO EN EL FINAL DE LA VIDA


Cuando se cuida del enfermo en el final de la vida, se debe tener presente, no sólo los  principios éticos y morales que envuelven la relación establecida, sino también considerar  que la práctica de la enfermería no se reduce a la mera ejecución de técnicas, pues está  implicada una relación interpersonal donde los aspectos emocionales, culturales y  espirituales deben ser considerados y valorizados. El enfermo debe ser considerado con  todo el respeto que le es debido, como ser humano que es, por lo que personalizar sus  necesidades es una prioridad a cimentar por los profesionales de salud, familiares u otros  cuidadores, respetando sus creencias y deseos, dando al proceso de muerte la posibilidad  de proseguir su curso, de forma natural, encaminándose para un fin digno y sereno.
En esta perspectiva los cuidados paliativos asumen un papel preponderante, evidenciándose  en su práctica y aplicación una mayor satisfacción del enfermo (mejor control de síntomas) y familia (control de los niveles de ansiedad). 6 Pues, su filosofía encuadra directrices respecto  a los cuidados a prestar en esta fase, no sólo al enfermo como también en lo que concierne  al soporte familiar teniendo en perspectiva un enfermo dependiente de los cuidados de otros  y para el que la muerte se sitúa en un horizonte muy próximo.
 Lo que constituye un gran  desafío, no sólo de los profesionales de salud, sino también de la sociedad. Por eso integrar  a la familia, como unidad cuidadora, se vuelve esencial para la planificación y toma de  decisiones procurando evitar que las adversidades inherentes a toda la fase de la agonía, no  resulten en factores desestabilizantes en el luto sino que, por el contrario, se tornen factores  que favorezcan la aceptación de la pérdida.
En la prestación de cuidados debemos seguir algunos principios básicos como: evaluar la  situación inicial del enfermo y familia, reconociendo el cuidador principal, el medio ambiente,  los medios físicos y personales que puede disponer; determinar las necesidades y  problemas generales o específicos, a través de un diagnóstico del enfermo y familia, lo más detallado posible; planificar los cuidados a través de la elaboración de un plano  individualizado, en conjunto con el enfermo y familia, compartiendo las decisiones y  problemas; ejecutar el plano elaborado, fijando prioridades diarias de cuidados; evaluar los  cuidados, tomar en cuenta como estos están siendo realizados, los resultados obtenidos y la  percepción de mejoría por parte del enfermo. El cuidado al enfermo en el final de la vida debe de ir al encuentro de sus necesidades  físicas y psicosociales, adaptándolo a su estado y condición global a cada evaluación.

NECESIDADES FÍSICAS DEL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA

Las necesidades físicas del enfermo en el final de la vida son similares a las de cualquier paciente seriamente enfermo, en general es una progresiva falla de los diversos sistemas, a  medida que se torna más débil. El tratamiento en esta fase está dirigido al control inmediato  de los síntomas que deterioran la calidad de vida. Se suspenden los tratamientos que no  contribuyen para nada en su alivio (ej. antibióticos y otros). En casa, el enfermo va a requerir un suplemento de drogas y acompañamiento en las 24 horas del día, a través de la  observación regular y el control eficaz de los síntomas, principalmente: dolor y agitación.
Algunos cuidados básicos son esenciales para mantener su bienestar, como la higiene  corporal, cuidados continuos con la boca, para evitar la sequedad. El cambio de decúbito se dirige al confort del enfermo. La incontinencia y retención urinaria y fecal son problemas que necesitan de vigilancia.
El enfermo al presentar dificultad en deglutir la medicación puede requerir otras vías de  administración, como la subcutánea, por la necesidad de dar continuidad a terapéuticas  como opioides, ansiolíticos y antieméticos. En esta fase no se recomienda la reanimación  cardio-pulmonar. Cuando prestamos un buen cuidado, la mayoría de las muertes pueden ser  efectivamente en paz y relativamente libres de desconfort, aunque algunos síntomas sean  complicados de controlar.

NECESIDADES PSICOSOCIALES DEL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA.

El proceso de morir promueve alteraciones y vulnerabilidades tanto físicas, como  psicológicas y espirituales/existenciales. Las alteraciones son graduales con re definición  interior y de las expectativas personales.
La principal necesidad es la de morir con dignidad. Las oscilaciones de los sentimientos son comunes, con respuestas emocionales marcadas,  como: ruptura (incredulidad, negación, choque, desespero), disforia (ansiedad, insomnio, dificultad de concentración, cólera, culpa, cese de la actividad, tristeza, depresión) y por fin,  adaptación (enfrentar las implicaciones, establecimiento de nuevas metas, esperanza  restaurada con nuevos objetivos, retoma de las actividades).

El enfermo aprenderá a  desprenderse de algunas de sus capacidades y atributos, elaborando sus propias luchas,  para conservar el sentido de la vida. El enfermo en esta fase debe percibir que no está solo,  que continúa siendo importante y que sus cuidados se extienden hasta los últimos  momentos de vida.
Se recomienda la expresión de las emociones, dudas y miedos para que puedan ser  resueltos. La opinión del enfermo debe ser tomada en cuenta, si es posible permanecer en  el domicilio en el caso que lo desee. La familia perspicazmente, conocedora de la situación del enfermo debe evaluar y cuestionarse el proceso de morir y explorarlo de modo apropiado y sensible. El profesional que propicie cuidados al enfermo y a la familia debe fomentar la  expresión de sentimientos rompiendo la “conspiración del silencio”, situación en que no se  habla, omitiéndose la muerte que se aproxima pero, que todos saben que va a ocurrir.
Los últimos días de vida deben ser una etapa cuyo objetivo es obtener paz, alivio, calidad de  vida y calidad en el proceso de morir. Decidir una situación de ausencia de malestar físico y alivio del malestar psicológico, que repercuta positivamente en la condición espiritual del enfermo y familia y/o persona significativa.

CONTINUARÁ...

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