martes, 18 de febrero de 2014

La muerte ignorada, el último tabú (Primera parte)

La muerte ignorada, el último tabú

Hoy en día, la muerte se ha convertido en una nueva categoría de lo obsceno, de lo impronunciable, en algo que se oculta y sobre lo que se considera de mal gusto hablar, reflexionar, debatir. El modelo imperante hoy en día es el de la ocultación, sobre todo los niños, que ya no ven aquel ritual que acompañaba al  difunto en nuestros pueblos ya abandonados y solitarios.
Vivimos en una sociedad que nos aleja de pensar sobre la muerte, una cultura que esconde la enfermedad (como antesala de nuestra finitud) y silencia la muerte. Hoy la muerte es algo vergonzoso y se ha convertido en tabú, como antes ocurrió con la sexualidad.
Existe un gran temor a la muerte fuertemente arraigado en la cultura occidental. El temor aparece muchas encubiertos, pero se manifiesta externamente en nuestros comportamientos y actitudes colectivas, como por ejemplo que las empresas funerarias hagan grandes esfuerzos por mejorar la apariencia física del difunto, hasta producirle un “aspecto saludable”, o esa tendencia actual a morir en los hospitales, o el esconder al difunto en los velatorios son reflejos del deseo de mantener la muerte lo más alejada posible de nuestras vidas.



Vivimos como si la muerte no nos concerniera. En general no queremos vivir nuestra propia muerte, preferimos una muerte súbita, no preparada de antemano, ignorada. Decenas de veces he escuchado frases del siguiente tipo: “¡Qué bien!, no se ha enterado de nada”; “Por lo menos no se da cuenta”; “está sufriendo mucho, porque se entera de todo”.
Parece que hemos escogido vivir de espaldas a ella, ignorándola. La muerte ha dejado de ser considerada como natural al ser humano y se ha convertido en algo que se combate y que solo ocurre cuando la ciencia falla. Nuestra sociedad vive privada de la consciencia de su propia finitud.
En nuestro medio, con la desaparición vertiginosa de la cultura rural, sumergidos y aislados en el anonimato urbano, está la realidad de los que mueren, muchas veces en un lugar aséptico y frió, alejado de la reunión familiar y social.
En épocas anteriores era habitual que la muerte fuera mucho más pública de lo que es ahora. La gente solía morir en sus casas, entre la familia, amigos y vecinos. El cuerpo del difunto solía permanecer en casa donde la gente acudía a presentar sus últimos respetos.
Todos estos cambios han significado que, en lugar de que la muerte constituya un aspecto de la realidad social, se ha convertido en algo desconocido con toda la ansiedad que eso produce.
A veces el moribundo se encuentra en una soledad de sabor amargo, ya que rodeados de todos los suyos no se le permite ni hacer la mínima referencia en su conversación de ese momento tan fundamental de su existencia que ve próximo. Muchas veces, tal vez demasiadas, la persona que a pesar del ocultamiento, adquiere conciencia de su final, ha de vivir su experiencia en solitario, sin posibilidad de intercambiar sus impresiones con los que le rodean, y privado de poder ser director, guionista y actor de su propia muerte.  
Participamos en la cultura del buen vivir y del disfrute efímero, y una de sus expresiones es el temor a la muerte; que es lo mismo que decir que no se acepta el ciclo de la vida como lo esencial de la existencia.

En esta sociedad de la que somos parte de cuyos valores y contravalores participamos, ya no se habla de la muerte y se fantasea la posibilidad de la omnipotencia frente a la realidad de la enfermedad; incluso se la oculta a quien la vivencia como cercana e inapelable, con lo que se la dificulta hasta extremos impensables la posibilidad de integrarla como parte más, y muy importante, de la vida.

continuara....

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