La muerte ignorada, el último
tabú
Hoy en día, la muerte se ha
convertido en una nueva categoría de lo obsceno, de lo impronunciable, en algo
que se oculta y sobre lo que se considera de mal gusto hablar, reflexionar,
debatir. El modelo imperante hoy en día es el de la ocultación, sobre todo los
niños, que ya no ven aquel ritual que acompañaba al difunto en nuestros pueblos ya abandonados y
solitarios.
Vivimos en una sociedad que
nos aleja de pensar sobre la muerte, una cultura que esconde la enfermedad
(como antesala de nuestra finitud) y silencia la muerte. Hoy la muerte es algo
vergonzoso y se ha convertido en tabú, como antes ocurrió con la sexualidad.
Existe un gran temor a la
muerte fuertemente arraigado en la cultura occidental. El temor aparece muchas
encubiertos, pero se manifiesta externamente en nuestros comportamientos y
actitudes colectivas, como por ejemplo que las empresas funerarias hagan grandes
esfuerzos por mejorar la apariencia física del difunto, hasta producirle un
“aspecto saludable”, o esa tendencia actual a morir en los hospitales, o el
esconder al difunto en los velatorios son reflejos del deseo de mantener la
muerte lo más alejada posible de nuestras vidas.
Vivimos como si la muerte no
nos concerniera. En general no queremos vivir nuestra propia muerte, preferimos
una muerte súbita, no preparada de antemano, ignorada. Decenas de veces he
escuchado frases del siguiente tipo: “¡Qué
bien!, no se ha enterado de nada”; “Por lo menos no se da cuenta”; “está
sufriendo mucho, porque se entera de todo”.
Parece que hemos escogido
vivir de espaldas a ella, ignorándola. La muerte ha dejado de ser considerada
como natural al ser humano y se ha convertido en algo que se combate y que solo
ocurre cuando la ciencia falla. Nuestra sociedad vive privada de la consciencia
de su propia finitud.
En nuestro medio, con la
desaparición vertiginosa de la cultura rural, sumergidos y aislados en el
anonimato urbano, está la realidad de los que mueren, muchas veces en un lugar
aséptico y frió, alejado de la reunión familiar y social.
En épocas anteriores era
habitual que la muerte fuera mucho más pública de lo que es ahora. La gente
solía morir en sus casas, entre la familia, amigos y vecinos. El cuerpo del
difunto solía permanecer en casa donde la gente acudía a presentar sus últimos
respetos.
Todos estos cambios han
significado que, en lugar de que la muerte constituya un aspecto de la realidad
social, se ha convertido en algo desconocido con toda la ansiedad que eso
produce.
A veces el moribundo se
encuentra en una soledad de sabor amargo, ya que rodeados de todos los suyos no
se le permite ni hacer la mínima referencia en su conversación de ese momento
tan fundamental de su existencia que ve próximo. Muchas veces, tal vez
demasiadas, la persona que a pesar del ocultamiento, adquiere conciencia de su
final, ha de vivir su experiencia en solitario, sin posibilidad de intercambiar
sus impresiones con los que le rodean, y privado de poder ser director,
guionista y actor de su propia muerte.
Participamos en la cultura
del buen vivir y del disfrute efímero, y una de sus expresiones es el temor a
la muerte; que es lo mismo que decir que no se acepta el ciclo de la vida como
lo esencial de la existencia.
En esta sociedad de la que
somos parte de cuyos valores y contravalores participamos, ya no se habla de la
muerte y se fantasea la posibilidad de la omnipotencia frente a la realidad de
la enfermedad; incluso se la oculta a quien la vivencia como cercana e
inapelable, con lo que se la dificulta hasta extremos impensables la
posibilidad de integrarla como parte más, y muy importante, de la vida.
continuara....
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