martes, 25 de febrero de 2014

El familiar cuidador de pacientes con SIDA y la toma de decisiones en salud

El SIDA es una enfermedad crónica que somete a la persona enferma y a su grupo familiar a un constante cuestionamiento que implica tomar decisiones, desde el tratamiento médico en sí de las personas, hasta decisiones en relación a los ámbitos social, espiritual y de estilos de vida. Aunque toda la familia se ve afectada por esta enfermedad, en la mayoría de los casos, sólo un individuo asume el cuidado, esta persona generalmente es un integrante de la familia, quien asume el rol como cuidador y a su vez necesita adaptarse al estrés de las demandas del cuidado.
Dentro del grupo familiar, según la evidencia, los cónyuges son la primera fuente de cuidados para las personas que se encuentran casadas, y los hijos la segunda; sin embargo, se reconoce que las hijas y las madres son las que ocupan el primer lugar como "cuidadores primarios" y los hijos y los padres el segundo lugar.

El cuidado de una persona VIH/SIDA se mantiene en el tiempo, usualmente con muchos episodios agudos de exacerbación de su condición crónica, por lo que es una tarea difícil. De hecho los familiares cuidadores deben ejercer su labor las 24 horas del día, lo que crea una alta carga de trabajo tanto físico como psicológico. Anderson et al y Mackenzie y Holroyd identifican una lista de necesidades referidas por los cuidadores en relación a su labor de cuidar, donde lo más importante es la necesidad de hacer una pausa en el cuidado, debido al agobio que sienten por estar dispuestos para ayudar en forma permanente.


Otra de las necesidades percibidas por los cuidadores está relacionada con la ayuda financiera para cubrir los costos de la enfermedad, información sobre formas de promocionar y rehabilitar la salud emocional, psicológica y física, información acerca de los recursos de ayuda comunitaria, y reconocimiento de la importancia del trabajo que hacen como cuidadores.
Para ejercer el cuidado, la persona debe tomar una serie de decisiones en beneficio del paciente, desde decisiones asociadas a la rutina diaria hasta otras que pueden tener importantes consecuencias para él. El proceso de toma de decisión es el proceso de elegir entre diferentes alternativas de acción, incluyendo el no hacer nada; tomar la decisión es parte clave para el cambio de conductas.

Muchas de las decisiones relacionadas con la salud tienen alternativas que probablemente producen a la vez resultados deseados y otros no deseados. Esta situación es conocida como el dilema de las opciones o conflicto decisional (CD). El CD se caracteriza por la dificultad para identificar la mejor alternativa u opción posible debido al riesgo o incertidumbre de los resultados, la necesidad de emitir un juicio de valor sobre las ganancias potenciales versus las potenciales pérdidas, y por el arrepentimiento anticipado respecto a los aspectos positivos de las opciones que fueron rechazadas. Es decir, con la elección de una alternativa específica sólo se puede obtener una parte de los resultados deseados, por consiguiente, la alternativa que se escoge, no satisface necesariamente todos los objetivos, como tampoco está exenta de riesgos y de resultados no deseados.


O'Connor define la decisión óptima como aquella decisión informada, que está acorde con los valores personales y en la que el individuo que la adopta expresa satisfacción por ésta. Basándose en esto plantea la siguiente hipótesis "las intervenciones de apoyo a la toma de decisión pueden ayudar a tomar decisiones a la persona que está dudosa, y aumentar la probabilidad que las decisiones se basen en un conocimiento adecuado, con expectativas realistas y acordes a los valores personales."

Conocer los CDs de los familiares que se ven enfrentados a cuidar a personas que viven con SIDA, ayuda a los profesionales de la salud a entregar la información y el apoyo adecuado para que su labor como cuidadores sea eficiente y en una relación personal beneficiosa para ambos.

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jueves, 20 de febrero de 2014

La muerte ignorada, el último tabú. (segunda y ultima parte).

La cultura actual acude más a mecanismos de defensas que niegan la inevitabilidad de la muerte. Por eso, quizás ésta es más aterradora que antes, porque la civilización actual trata de ocultarla.
La muerte,  señalaba Juan Luis Ruíz de la Peña está siendo objeto de represión, de maquillaje, de enmascaramiento, de silencio, de sublimación, de glorificación, pero en cualquier caso está ahí omnipresente y humana.
El olvido mediante la represión no es liberador. Parece que nos aleja de lo que nos hace sufrir, pero no lo consiguiente del todo, porque el recuerdo permanece enterrado en nosotros y sigue influyendo en cada instante de nuestra vida.

El esfuerzo de negar la muerte la muerte, su dramatismo, su misterio, se enfrenta ante una realidad que sigue estando presente en forma de temor difuso con una carga de angustia que no logra desaparecer a pesar del maquillaje.
La minimización de la muerte es el índice revelador de la minimización del individuo mortal. Una ideología que trivialice al individuo trivializara la muerte.
Hoy el ideal es la muerte de aquel que tiene apariencia de que no va a morir. Hay un fondo en la naturaleza humana en el que aparecen la fragilidad, el dolor y el sufrimiento. Realidades que la sociedad del bienestar trata de ocultar, rechazar o soslayar.
Nuestra cultura ha contribuido a deshumanizar el morir. En algunos casos, la dificultad de morir se convierte en un especie de maldición.
La empresa médica puede entonces interponerse entre el individuo y su muerte, haciendo casi desearla como una conquista que arrancar a la fuerza; a veces, el empeño médico de prolongar la vida, lejos de ser beneficio, se revela de pronto como maléfico. El “derecho a la muerte” se ha convertido, en este sentido, en  una reivindicación de gran actualidad.

Carl Rogers, uno de los iniciadores de la llamada psicología humanista, señalaba que estamos especialmente errados cuando pensamos que la muerte es el enemigo siempre; necesitamos llegar a comprender que hay un tiempo para poder morir cuando realmente es el momento. 

martes, 18 de febrero de 2014

La muerte ignorada, el último tabú (Primera parte)

La muerte ignorada, el último tabú

Hoy en día, la muerte se ha convertido en una nueva categoría de lo obsceno, de lo impronunciable, en algo que se oculta y sobre lo que se considera de mal gusto hablar, reflexionar, debatir. El modelo imperante hoy en día es el de la ocultación, sobre todo los niños, que ya no ven aquel ritual que acompañaba al  difunto en nuestros pueblos ya abandonados y solitarios.
Vivimos en una sociedad que nos aleja de pensar sobre la muerte, una cultura que esconde la enfermedad (como antesala de nuestra finitud) y silencia la muerte. Hoy la muerte es algo vergonzoso y se ha convertido en tabú, como antes ocurrió con la sexualidad.
Existe un gran temor a la muerte fuertemente arraigado en la cultura occidental. El temor aparece muchas encubiertos, pero se manifiesta externamente en nuestros comportamientos y actitudes colectivas, como por ejemplo que las empresas funerarias hagan grandes esfuerzos por mejorar la apariencia física del difunto, hasta producirle un “aspecto saludable”, o esa tendencia actual a morir en los hospitales, o el esconder al difunto en los velatorios son reflejos del deseo de mantener la muerte lo más alejada posible de nuestras vidas.



Vivimos como si la muerte no nos concerniera. En general no queremos vivir nuestra propia muerte, preferimos una muerte súbita, no preparada de antemano, ignorada. Decenas de veces he escuchado frases del siguiente tipo: “¡Qué bien!, no se ha enterado de nada”; “Por lo menos no se da cuenta”; “está sufriendo mucho, porque se entera de todo”.
Parece que hemos escogido vivir de espaldas a ella, ignorándola. La muerte ha dejado de ser considerada como natural al ser humano y se ha convertido en algo que se combate y que solo ocurre cuando la ciencia falla. Nuestra sociedad vive privada de la consciencia de su propia finitud.
En nuestro medio, con la desaparición vertiginosa de la cultura rural, sumergidos y aislados en el anonimato urbano, está la realidad de los que mueren, muchas veces en un lugar aséptico y frió, alejado de la reunión familiar y social.
En épocas anteriores era habitual que la muerte fuera mucho más pública de lo que es ahora. La gente solía morir en sus casas, entre la familia, amigos y vecinos. El cuerpo del difunto solía permanecer en casa donde la gente acudía a presentar sus últimos respetos.
Todos estos cambios han significado que, en lugar de que la muerte constituya un aspecto de la realidad social, se ha convertido en algo desconocido con toda la ansiedad que eso produce.
A veces el moribundo se encuentra en una soledad de sabor amargo, ya que rodeados de todos los suyos no se le permite ni hacer la mínima referencia en su conversación de ese momento tan fundamental de su existencia que ve próximo. Muchas veces, tal vez demasiadas, la persona que a pesar del ocultamiento, adquiere conciencia de su final, ha de vivir su experiencia en solitario, sin posibilidad de intercambiar sus impresiones con los que le rodean, y privado de poder ser director, guionista y actor de su propia muerte.  
Participamos en la cultura del buen vivir y del disfrute efímero, y una de sus expresiones es el temor a la muerte; que es lo mismo que decir que no se acepta el ciclo de la vida como lo esencial de la existencia.

En esta sociedad de la que somos parte de cuyos valores y contravalores participamos, ya no se habla de la muerte y se fantasea la posibilidad de la omnipotencia frente a la realidad de la enfermedad; incluso se la oculta a quien la vivencia como cercana e inapelable, con lo que se la dificulta hasta extremos impensables la posibilidad de integrarla como parte más, y muy importante, de la vida.

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jueves, 13 de febrero de 2014

Los últimos días: atención a la agonía (continuación)....

Establecer una serie de atenciones o cuidados generales que incluirá instrucciones de cómo atender al paciente encamado haciendo hincapié en los cambios postulares, cómo cambiar la ropa de la cama, cuidados de la boca y de la piel, protecciones de úlceras, etc. Es de gran interés conocer la posición más confortable para el enfermo (decúbito lateral con piernas flexionadas), ya que disminuye la respiración estertorosa y facilita los cuidados de la piel y la aplicación en su caso de medicación por vía rectal, y los cuidados de la incontinencia vesical, teniendo en cuenta que en enfermos débiles pero conscientes puede provocar angustia por su significado, tolerando mejor el sondaje. No es necesario un tratamiento específico de la fiebre si no crea problemas.

Reforzaremos el hecho de que la falta de ingesta es una consecuencia y no una causa de la situación, así como que con unos cuidados de boca adecuados no hay sensación de sed y que con la aplicación de medidas más agresivas (sonda nasogástrica, sueros) no mejorará la situación.
Instrucciones concretas (fármacos a administrar, consulta telefónica, etc.) por si entra en coma, tiene vómitos o hemorragia, etc. La aparición de estos problemas puede provocar fácilmente una crisis de claudicación emocional de la familia que acabará con el enfermo agónico en un servicio de urgencias.

Adecuación del tratamiento farmacológico, prescindiendo de aquellos fármacos que no tengan una utilidad inmediata en esta situación (antiinflamatorios, corticoides etc.) y adecuando la vía de administración que seguirá siendo oral mientras sea posible, disponiendo de vías alternativas de fácil uso como la subcutánea (morfina, haloperidol, escopolamina) o rectal (morfina, diazepam, ciorpromacina). En este sentido, en la mayoría de casos se utiliza la vía oral hasta pocos días u horas antes de la muerte y conviene no prescindir del uso de narcóticos potentes aunque entre en coma.
Para tratar la "respiración estertorosa" disponemos de escopolamina (hioscina) por vía subcutánea, que resulta de gran valor. El tratamiento de la respiración estertorosa es de utilidad fundamentalmente para disminuir la ansiedad de la familia. Ante crisis de agitación o confusión, además de una presencia reconfortante, podemos administrar haloperidol (oral o subcutáneo) o diazepam (oral, sublingual o subcutáneo) o ciorpromacina (oral).

No debemos olvidar que el enfermo, aunque obnubilado, somnoliento o desorientado también tiene percepciones, por lo que hemos de hablar con él y preguntarle sobre su confort o problemas (¿descansa bien?, ¿tiene alguna duda?, ¿qué cosas le preocupan?) y cuidar mucho la comunicación no verbal (tacto) dando instrucciones a la familia en este sentido. Se debe instruir a la familia para que eviten comentarios inapropiados en presencia del paciente.
Es aconsejable volver al domicilio al cabo de unos días para saludar y contactar con la familia y coordinar la atención del duelo familiar.

Es aconsejable volver al domicilio al cabo de unos días para saludar y contactar con la familia y coordinar la atención del duelo familiar.


 
Interesarse por las necesidades espirituales del enfermo y su familia por si podemos facilitarlas (contactar con el sacerdote, etc.).
No siempre es posible estar presente en el momento de la muerte, por lo que hemos de dar consejos prácticos sobre cómo reconocer que ha muerto, cómo contactar con la funeraria, traslados y costes, etc. Es conveniente que estos trámites queden claros con antelación, y no posponerlos para el doloroso momento de la muerte.


miércoles, 12 de febrero de 2014

Los últimos días: atención a la agonía

Esta etapa final de la enfermedad terminal viene marcada por un deterioro muy importante del estado general indicador de una muerte inminente (horas, pocos días) que a menudo se acompaña de disminución del nivel de conciencia de las funciones superiores intelectivas, siendo una característica fundamental de esta situación el gran impacto emocional que provoca sobre la familia y el equipo terapéutico que puede dar lugar a crisis de claudicación emocional de la familia, siendo básica su prevención y, en caso de que aparezca, disponer de los recursos adecuados para resolverlas. En estos momentos reaparecen aquella serie de interrogantes y miedos de la familia: 
  • ¿Cómo será la muerte?
  • ¿Tendrá convulsiones?
  • ¿Sangrará?
  • ¿Vomitará?
  • ¿Se ahogará?
  • ¿Cómo reconoceré que ha muerto?
  • ¿Qué tengo que hacer entonces?

No olvidemos que a menudo es la primera vez que la familia del enfermo se enfrenta a la muerte, por lo que necesariamente siempre tenemos que individualizar cada situación.

Durante esta etapa pueden existir total o parcialmente los síntomas previos o bien aparecer otros nuevos, entre los que destacan el ya mencionado deterioro de la conciencia que puede llegar al coma, desorientación, confusión y a veces agitación psicomotriz, trastornos respiratorios con respiración irregular y aparición de respiración estertorosa por acúmulo de secreciones, fiebre dada la elevada frecuencia de infecciones como causa de muerte en los pacientes con cáncer, dificultad extrema o incapacidad para la ingesta, ansiedad, depresión, miedo (explícito o no) y retención urinaria (sobre todo si toma psicotrópicos) que puede ser causa de agitación en estos pacientes.
En estos momentos es especialmente importante redefinir los objetivos terapéuticos, tendiendo a emplear cada vez menos medios técnicos para el control sintomático del paciente, y prestando más apoyo a la familia.
A continuación intentaremos sistematizar brevemente las diferentes indicaciones que se deben realizar.

Continuara.....

martes, 11 de febrero de 2014

EL CUIDADOR Y EL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA (Continuación)

EL CUIDADOR EN CUIDADOS PALIATIVOS

El cuidado en el final de la vida generalmente incluye el cuidado paliativo en casa, excepto  cuando el enfermo muere solo o no tiene familia y/o persona significativa que le proporcione  el soporte y asistencia que necesita.
La carga y recompensa del cuidado a enfermos en el último año de vida se divide entre  cuidadores informales y formales. Los cuidadores informales son miembros de la familia,  amigos o vecinos, que prestan cuidados en casa de forma no remunerada. Entre estos, más  del 75% son mujeres y cerca del 33% tienen más de 65 años. Estos cuidadores asumen una  considerable carga psicológica, física y económica en el cuidado en casa. Los cuidadores  formales son profesionales de salud que trabajan en instituciones o en la comunidad, compensados por el cuidado prestado.


Muchos enfermos expresan el deseo de morir en casa, donde los miembros de la família  tienen una considerable importancia en la prestación de cuidados. Estos últimos sufren las  consecuencias en su propia salud, por el hecho de ser el cuidado en el final de la vida un  encargo, cuya duración puede ser comparada con el cuidado a enfermos con enfermedades  semejantes al Alzheimer, que duran una década o más, de fuerte impacto en la salud y  bienestar de los cuidadores, llevándolos a situaciones de estrés.
Un estudio revela que  cerca del 77% de los cuidadores relatan un aumento del estrés y que el 28% requiere medicación para enfrentar la carga asociada a la prestación de cuidados.
El enfermo en el final de la vida generalmente pasa gran parte del último año de vida en  casa, aunque el 90% pase algún tiempo en el Hospital, donde ocurre cerca del 55% de todas las muertes. La razón de que gran parte de estas ocurran en un hospital se debe a la  excesiva tensión de los familiares, la falta de apoyo profesional, falta de referencias principalmente durante la noche y la ausencia de equipamiento.
Lo que nos lleva a cuestionarnos: ¿La familia está preparada para lidiar con el enfermo en el  final de la vida? ¿Lidiar con el dolor, el sufrimiento y proporcionar un buen control de los  síntomas? ¿Lidiar con la muerte del ser querido?
Al intervenir tenemos que tener en cuenta que la enfermedad y la hospitalización promueven  una ruptura en la estructura familiar, que lleva al desequilibrio, generando conflictos,  distanciamiento y alteración en la vida familiar. Será necesario ofrecerles tiempo para  ayudarlos a reflexionar, a preveer necesidades y estimular la búsqueda de recursos y  soluciones. El equipo de salud puede funcionar como elemento intermediario, percibiendo sensibilidades, deseos, últimas voluntades y fomentando momentos de comunicación  intensa y exposición y compartimiento de lo mejor que se tiene para dar a los más íntimos en  la eminente partida. La adaptación progresiva a las pérdidas sucesivas lleva al cuidador  a prepararse con mayor o menor dificultad para esta última pérdida, la muerte de su prójimo.
En la prestación del cuidado en casa el cuidador necesita de mucho apoyo y de  comprensión en cuanto: a sus problemas y dificultades en el trabajo; cuidados de salud;  educación e información adecuada para una buena prestación de cuidados al enfermo y  sobre el diagnóstico, acerca de las causas, importancia y gestión de los síntomas; probable pronóstico y cómo el enfermo fallecerá; súbitos cambios en la condición del enfermo,  principalmente en las señales de la aproximación de la muerte.


Las necesidades de la familia varían de forma continua, del inicio hasta mucho tiempo  después de la muerte del familiar, siendo necesario ayudarlos a mantener el equilibrio entre ser útil al enfermo y respetar sus propias necesidades.
En cuanto a la información, ésta debe ser adecuada sobre el diagnóstico, pronóstico y posibles tratamientos, lo que permite a los enfermos y cuidadores tomar decisiones acerca del tratamiento, cuidados personales y cuestiones sociales. Esta debe ser aportada  gradualmente y siempre adaptada a la voluntad, personalidad, comprensión y necesidades  de saber manifestadas por el enfermo. Lo que requiere tiempo y un proceso de adaptación  del enfermo y familia.
La educación acerca del cuidado es esencial porque el cuidador necesita de entrenamiento  en cuanto a los procedimientos diarios con el enfermo, beneficiándose de las instrucciones  prácticas de cómo levantarlo y administrarle la medicación. Debe presentar contenidos  técnicos mínimos sobre los cuidados a prestar en el domicilio. Los cuidadores refieren  sentimientos de inutilidad y desamparo cuando no son enseñados adecuadamente.
Los cuidados generalmente prestados por los cuidadores informales van desde sencillos cuidados de higiene, a cuidados especializados, como el empleo de traqueotomías y administración terapéutica endovenosa y subcutánea.
El soporte psicológico es esencial, porque, en el último año de vida del enfermo es estimada  una alta prevalencia de ansiedad (46%) depresión (39%) en los cuidadores informales. Los  cuidadores deben ser estimulados a exponer sus sentimientos y recelos. Alteraciones más  severas requieren la intervención de un especialista.
El mostrar disponibilidad para oír, estar, dejar hablar y exteriorizar sus ansias, forma parte de la comunicación. La comunicación es una constante durante todo el precurso. Es necesaria una comunicación discreta que relate sus necesidades, tales como la obtención de información, sintetización de la información, toma de decisiones e intentar transmitir algún  sentimiento de control (autonomía). La comunicación que será necesaria para la familia u otro soporte depende de su papel dentro del sistema familiar, de su edad, de su habilidad en  tomar decisiones y de las reglas dentro del seno familiar. Los familiares vivencian altos  niveles de frustración y necesitan de información constante a fin de organizarse y dar prioridad a actividades de su papel de cuidador.
Es primordial mantener una comunicación abierta con los familiares acerca de las  alteraciones que puedan ocurrir durante el proceso y responder a las cuestiones de forma  sincera. La familia debe entender el proceso de morir, explicándoles las señales y síntomas  tales como la aproximación de la etapa final, para que estén preparados e informados del  porqué de los cambios y cuándo surgirán. En la ausencia de la familia estas alteraciones  deben ser informadas por teléfono y se debe respetar su ausencia.

 LA CARGA DEL CUIDADOR

El soporte al cuidador informal es relevante, ya que tienen el papel preponderante en el cuidado al enfermo en el final de la vida. El apropiado soporte los ayuda a dar prioridad y dirigir los problemas del enfermo, aunque todavía las “cargas” de ese cuidado sean ambiguos. La simple intervención de reconocimiento y apoyo reduce considerablemente la  muerte hospitalaria y el estrés del enfermo y familia. En el caso de que la familia reconozca  su valor en la prestación de cuidados, el sentido de “carga”, probablemente disminuirá.
El estudio de RABOW, HAUSER e ADAMS 31 identifica como cargas del cuidador:
  • ·         Tiempo y logística – los cuidadores pueden prestar cuidados durante algunas horas a  la semana, el 20% de los cuidadores prestan cuidados a jornada completa o constante. La duración de la enfermedad, en su trayectoria hasta la muerte y declive es difícil de predecir,  particularmente en enfermos no cancerosos. En esta trayectoria los familiares generalmente coordinan la administración de la numerosa terapéutica, tratamientos, servicios sociales o Clínicos así como sus propias necesidades;
  • ·  Tareas físicas – la tarea de cuidador muchas veces es desempeñada a personas ancianas, a enfermos y a incapacitados. Los cuidadores generalmente no tienen formación  sobre la realización de cambios posturales a pacientes seriamente enfermos, además de  tener que realizar arduas tareas rutinariamente, lo que lleva a un significativo riesgo de problemas físicos;
  • ·       Costes financieros el enfermo a veces se vuelve una carga financiera, por ser necesario desembolsar dinero para su cuidado, así como por la pérdida del rendimiento y beneficios. La condición financiera de la familia puede alterarse profundamente, tal como un  estudio revela, en que el 20% de los familiares tuvieron que dejar de trabajar y el 31%  perdieron las economías de la familia como resultado de la prestación de cuidados. Este  aspecto es visto de diferentes maneras, por la óptica del enfermo; éste muchas veces se  considera una carga para la familia, a pesar de que ésta lo provea de cuidados con buena  voluntad. La privación económica está asociada a la prioridad por las medidas de confort más que a prestar cuidados que prolonguen la vida;
  • ·    Carga emocional y riesgos en la salud mental – el cuidador soporta una incalculable  carga emocional, aunque muchos gocen de un profundo sentido de privilegio y profunda  satisfacción por el papel que desempeñan. Otros presentan sentimientos tales como    tristeza, culpa, rabia, resentimiento. Reacciones comunes y comprensibles, además de  sentimientos de incapacidad;
  • ·        Riesgos de salud – la familia tiene tendencia a colocar las necesidades del enfermo  por delante de las suyas, minimizando la severidad de sus problemas y olvidándose o tardando en resolverlos. Los cuidadores presentan un particular riesgo en lo que concierne a  la manutención de los niveles de salud y pérdida significativa en el tiempo social y de placer.

Está relacionado el aumento de la mortalidad del cuidador, por el hecho de que los  cuidadores están sujetos a gran tensión mental y emocional, con un riesgo de mortalidad del  63%.

CONSIDERACIONES FINALES

Las medidas implementadas en el final de la vida tienden al confort del enfermo. Cuando este proceso ocurre de manera digna y controlada y sin sufrimiento, habrá una mayor aceptación de la familia; en caso de que el proceso sea muy negativo puede repercutir en la familia y/o persona significativa, bajo la forma de un trauma presente a lo largo de toda la vida.
El sufrimiento de quien muere puede ser aminorado por los que cuidan, simplemente con el mirar, con la forma de estar, por el gesto lleno de respeto y ternura. El proceso de muerte no se puede estancar en el tiempo... es un pasaje obligatorio, por eso cuidar de alguien que parte es ayudarlo en esa travesía, acompañándolo hasta el umbral de la puerta, sabiendo decirle adiós.
Los cuidados paliativos nos enseñan que puede haber un límite para la cura, pero no hay  límite para los cuidados. Como KÜBLER-ROSS refiere “... podemos ayudarlos a morir,  intentando ayudarlos a vivir...”

lunes, 10 de febrero de 2014

El cuidador y el enfermo en el final de la vida


RESUMEN
El presente trabajo pretende abordar el paciente al final de la vida y la familia y/o persona  significativa como pilar de su cuidado. Las intervenciones junto a estos cuidadores son esenciales  para que el sufrimiento sea minimizado, siendo necesario identificar sus necesidades básicas y la  implementación de un plan de intervención ajustado a cada situación en particular.

INTRODUCCIÓN
El acompañamiento al enfermo en el final de la vida fue tradicionalmente dirigido hacia la  muerte, era más importante ocuparse del alma que de los cuidados del cuerpo. Esta  concepción de cuidar del “moribundo” fue dando lugar al cuidar “de la persona en el final de  la vida”, esto es, acompañar en vida, dar importancia a todo lo que altere o perturbe la  calidad de vida que le resta.
El cuidado al enfermo en el final de la vida tiene como cuestión primordial determinar cuál es  el tratamiento adecuado en función de sus perspectivas biológicas y de sus circunstancias personales y sociales. Los cuidados paliativos son los indicados y tienen como meta  proporcionar al enfermo, familia y/o persona significativa condiciones para que alcancen una  buena calidad de vida. Además de promover el ajuste del enfermo, familia y/o persona  significativa a una nueva realidad, enfrentando de la mejor forma posible la condición de  enfermedad terminal, cuyos caminos pasan por el buen control del dolor y de otros síntomas,  buena comunicación, apoyo psicosocial y trabajo en equipo.


La calidad de vida esencialmente existe cuando las aspiraciones de un individuo son alcanzadas y llenadas por su situación actual, siendo necesario disminuir la separación entre las aspiraciones y aquello que es posible alcanzar. En este contexto los cuidados paliativos  se dirigen al enfermo y no a la enfermedad, aceptando la muerte y mejorando la calidad de  vida, constituyéndose una alianza entre el enfermo y los prestadores de cuidados,  preocupándose más con la “reconciliación” que con la cura.
 Compite al que cuida aclarar lo  que todavía da sentido en los cuidados y en la relación en el final de la vida, a pesar de las  pérdidas, de las alteraciones físicas y psíquicas, de los fracasos terapéuticos y de su  impotencia para aliviar completamente el sufrimiento.

EL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA


La enfermedad terminal se considera la fase final de numerosas enfermedades crónicas  progresivas, cuando han sido agotados todos los tratamientos posibles y se alcanza la  irreversibilidad.  En el precurso de la enfermedad el diagnóstico es importante; todavía, se  asume como un proceso complejo, que requiere alguna habilidad pues el enfermo en el final  de la vida presenta síntomas múltiples y cambiantes. Se revelan como más frecuentes, en  esta fase, la dificultad respiratoria (71%), el dolor moderado a severo (50%), la incontinencia  urinaria y fecal (36%), la fatiga (18%) y cerca del 50% de estos enfermos pasan más tiempo  encamados.
 Además de la presencia de náuseas y vómitos, estreñimiento, confusión  mental, inquietud y anorexia, se evidencia también la pérdida de la fuerza muscular, del  apetito y a veces la pérdida de la conciencia, manifestándose también la pérdida o  disminución de la capacidad para ingerir líquidos y tomar la medicación por vía oral.
Los últimos días de vida representan la fase de agonía. Se considera, temporalmente, las  últimas horas de los últimos 3 o 5 días, caso de que sean evidentes las señales o síntomas  del proceso de muerte, 11 destacando como más frecuentes, en las últimas 48 horas de vida,  el delirio (51,7%), la hemorragia (20,7%), la disnea (17,2%), el dolor/disnea y la agitación/disnea con igual porcentaje de 3,4%.  Al mal y al sufrimiento físico sobreviene el  drama psicológico y espiritual, del despojo que significa el morir.
Lo que nos trae algunas cuestiones. ¿Cómo proporcionar los cuidados que merece? ¿Cómo  informar acerca de la gravedad de su situación? ¿Qué conductas terapéuticas son más  adecuadas? ¿Cuál es el mejor lugar para sus últimos días?
Las respuestas requieren una planificación cuidadosa de los cuidados a prestar a este  enfermo, tomando en consideración aspectos como: control del dolor y otros síntomas,  delineando y materializando intervenciones terapéuticas (farmacológicas y no farmacológicas) adecuadas a la maximización de los niveles de confort del enfermo,  valorizando también la ansiedad y la depresión, el temor y el insomnio. Considerar el apoyo  de un equipo multidisciplinar, de modo que fomente y favorezca la comunicación clara en el precurso de la enfermedad, con el enfermo y sus familiares y/o la persona significativa; reconociendo y tratando el estrés del cuidador mitigando las diversas manifestaciones  derivadas del proceso de morir.

EL CUIDADO EN EL FINAL DE LA VIDA


Cuando se cuida del enfermo en el final de la vida, se debe tener presente, no sólo los  principios éticos y morales que envuelven la relación establecida, sino también considerar  que la práctica de la enfermería no se reduce a la mera ejecución de técnicas, pues está  implicada una relación interpersonal donde los aspectos emocionales, culturales y  espirituales deben ser considerados y valorizados. El enfermo debe ser considerado con  todo el respeto que le es debido, como ser humano que es, por lo que personalizar sus  necesidades es una prioridad a cimentar por los profesionales de salud, familiares u otros  cuidadores, respetando sus creencias y deseos, dando al proceso de muerte la posibilidad  de proseguir su curso, de forma natural, encaminándose para un fin digno y sereno.
En esta perspectiva los cuidados paliativos asumen un papel preponderante, evidenciándose  en su práctica y aplicación una mayor satisfacción del enfermo (mejor control de síntomas) y familia (control de los niveles de ansiedad). 6 Pues, su filosofía encuadra directrices respecto  a los cuidados a prestar en esta fase, no sólo al enfermo como también en lo que concierne  al soporte familiar teniendo en perspectiva un enfermo dependiente de los cuidados de otros  y para el que la muerte se sitúa en un horizonte muy próximo.
 Lo que constituye un gran  desafío, no sólo de los profesionales de salud, sino también de la sociedad. Por eso integrar  a la familia, como unidad cuidadora, se vuelve esencial para la planificación y toma de  decisiones procurando evitar que las adversidades inherentes a toda la fase de la agonía, no  resulten en factores desestabilizantes en el luto sino que, por el contrario, se tornen factores  que favorezcan la aceptación de la pérdida.
En la prestación de cuidados debemos seguir algunos principios básicos como: evaluar la  situación inicial del enfermo y familia, reconociendo el cuidador principal, el medio ambiente,  los medios físicos y personales que puede disponer; determinar las necesidades y  problemas generales o específicos, a través de un diagnóstico del enfermo y familia, lo más detallado posible; planificar los cuidados a través de la elaboración de un plano  individualizado, en conjunto con el enfermo y familia, compartiendo las decisiones y  problemas; ejecutar el plano elaborado, fijando prioridades diarias de cuidados; evaluar los  cuidados, tomar en cuenta como estos están siendo realizados, los resultados obtenidos y la  percepción de mejoría por parte del enfermo. El cuidado al enfermo en el final de la vida debe de ir al encuentro de sus necesidades  físicas y psicosociales, adaptándolo a su estado y condición global a cada evaluación.

NECESIDADES FÍSICAS DEL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA

Las necesidades físicas del enfermo en el final de la vida son similares a las de cualquier paciente seriamente enfermo, en general es una progresiva falla de los diversos sistemas, a  medida que se torna más débil. El tratamiento en esta fase está dirigido al control inmediato  de los síntomas que deterioran la calidad de vida. Se suspenden los tratamientos que no  contribuyen para nada en su alivio (ej. antibióticos y otros). En casa, el enfermo va a requerir un suplemento de drogas y acompañamiento en las 24 horas del día, a través de la  observación regular y el control eficaz de los síntomas, principalmente: dolor y agitación.
Algunos cuidados básicos son esenciales para mantener su bienestar, como la higiene  corporal, cuidados continuos con la boca, para evitar la sequedad. El cambio de decúbito se dirige al confort del enfermo. La incontinencia y retención urinaria y fecal son problemas que necesitan de vigilancia.
El enfermo al presentar dificultad en deglutir la medicación puede requerir otras vías de  administración, como la subcutánea, por la necesidad de dar continuidad a terapéuticas  como opioides, ansiolíticos y antieméticos. En esta fase no se recomienda la reanimación  cardio-pulmonar. Cuando prestamos un buen cuidado, la mayoría de las muertes pueden ser  efectivamente en paz y relativamente libres de desconfort, aunque algunos síntomas sean  complicados de controlar.

NECESIDADES PSICOSOCIALES DEL ENFERMO EN EL FINAL DE LA VIDA.

El proceso de morir promueve alteraciones y vulnerabilidades tanto físicas, como  psicológicas y espirituales/existenciales. Las alteraciones son graduales con re definición  interior y de las expectativas personales.
La principal necesidad es la de morir con dignidad. Las oscilaciones de los sentimientos son comunes, con respuestas emocionales marcadas,  como: ruptura (incredulidad, negación, choque, desespero), disforia (ansiedad, insomnio, dificultad de concentración, cólera, culpa, cese de la actividad, tristeza, depresión) y por fin,  adaptación (enfrentar las implicaciones, establecimiento de nuevas metas, esperanza  restaurada con nuevos objetivos, retoma de las actividades).

El enfermo aprenderá a  desprenderse de algunas de sus capacidades y atributos, elaborando sus propias luchas,  para conservar el sentido de la vida. El enfermo en esta fase debe percibir que no está solo,  que continúa siendo importante y que sus cuidados se extienden hasta los últimos  momentos de vida.
Se recomienda la expresión de las emociones, dudas y miedos para que puedan ser  resueltos. La opinión del enfermo debe ser tomada en cuenta, si es posible permanecer en  el domicilio en el caso que lo desee. La familia perspicazmente, conocedora de la situación del enfermo debe evaluar y cuestionarse el proceso de morir y explorarlo de modo apropiado y sensible. El profesional que propicie cuidados al enfermo y a la familia debe fomentar la  expresión de sentimientos rompiendo la “conspiración del silencio”, situación en que no se  habla, omitiéndose la muerte que se aproxima pero, que todos saben que va a ocurrir.
Los últimos días de vida deben ser una etapa cuyo objetivo es obtener paz, alivio, calidad de  vida y calidad en el proceso de morir. Decidir una situación de ausencia de malestar físico y alivio del malestar psicológico, que repercuta positivamente en la condición espiritual del enfermo y familia y/o persona significativa.

CONTINUARÁ...

viernes, 7 de febrero de 2014

¿Que hacer frente a un diagnóstico de no curación? Regale calidad de vida




El Hospital Laguna es uno de los dos dedicados en exclusiva a Cuidados Paliativos.
Manuel lleva cuatro meses ingresado en este centro por un cáncer de pulmón.
Teresa cree que fue un "regalo" que su hermana falleciera con estos cuidados.
Este Hospital se encuentra en España pero usted puede regalar calidad de vida a su ser querido en la ciudad de Pachuca.
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